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25 de diciembre de 2016 - 23:13

Cómo es el entrenamiento "a la velocidad de la luz"

Una sesión de 20 minutos del novedoso método electrofitness equivale a 3 horas de gimnasio.

Hay chalecos antibalas, chalecos de mozos, chalecos que sirven para controlar a los dementes y, como el que nos ocupa en este momento, chalecos que disparan electrodos y se utilizan para tonificar la musculación. Chalecos que, al fin de cuentas, son la base de un novedoso sistema de entrenamiento: el electrofitness. Como cantaría Luca Prodan, el tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos... hasta cuando se trata de ejercitar el cuerpo.

“La principal ventaja de este método de entrenamiento es que demanda muy poco tiempo. Es un ejercicio de 20 minutos que equivale a unas 3 horas de trabajo en un gimnasio tradicional”, explica la doctora Mariana Stamato, responsable de esta actividad en Electrofitness Recoleta, un espacio (casi) de ciencia ficción.

“En Europa es un boom”, agrega Stamato, con su apellido bordado en el bolsillo superior de su guardapolvo blanco. “Empezamos a trabajar hace siete meses con este sistema y ya tenemos 50 alumnos”.

Provisto por la empresa Just Body, que también cuenta con lugares donde se practica esta disciplina de alguna manera emparentada con la robótica, el chaleco se consigue en tres talles: chico, mediano y grande. Con 12 cables que se conectan a los bíceps, tríceps, glúteos y abdominales, entre otras zonas musculares, el chaleco se monitorea a través de una especie de tablet: una pantalla con la que se programan los ejercicios que cada alumno pretende realizar (cardiovasculares, de fuerza o de resistencia), además de que permite regular las “intensidades”.

Llega el profesor, que se llama Joaquín Fernández, tiene 36 años y el cuerpo esculpido, fibroso, ese tipo de anatomía que suele ser considerada especialmente por los que llevan adelante campañas publicitarias de calzoncillos, como las que protagoniza el actor modelo Christian Sancho, todo un Adonis de las gigantografías.

Joaquín está a punto de comenzar una demostración de electrofitness . Se pone el chaleco y empieza a moverse. Dibuja círculos con los brazos, primero con el derecho y después con el izquierdo, se agacha, salta, flexiona las rodillas y se detiene. Agitado, con gotas de transpiración en la frente, como si acabara de subir corriendo diez pisos por las escaleras, comenta: “Los electrodos son descargas que multiplican el esfuerzo que hacen los músculos. Los contraen, como cuando levantás pesas en el gimnasio, pero con mayor intensidad. Otra diferencia es que acá se trabajan todos los músculos al mismo tiempo”.

Joaquín va por más. Repite los ejercicios, se seca con una toalla después de la segunda pausa y señala: “¿Sabés quién se entrena con electro fitness? Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo”.

-¿Se puede practicar electro fitness a cualquier edad?

-Sí. La mayoría son jóvenes. Pero también hay una señora de 80 años que se entrena sentada.

“Algunos alumnos utilizan el electrofitness como complemento de la natación o del yoga”, se suma Stamato. “Eso sí, como es un ejercicio intenso, y para que los músculos se recuperen, no se puede hacer más de dos veces por semana”.

-¿Implica algún riesgo?

-Sí, no es para pacientes con embolias o arritmias cardíacas. Tampoco para embarazadas o mujeres que están amamantando.

Ahora llega Isabel, de 29 años, que trabaja como “auditora” y lleva un mes de entrenamiento. “Lo hago porque me divierto y porque obtengo resultados mucho más rápido que en un gimnasio. Mira cómo tengo los bíceps … ¡Marcaditos, ¿viste?!”, dice ella mostrando los brazos, como si entre sus prioridades estuviera emular a la periodista Paula Trapani. Enseguida, Isabel paga la cuota de diciembre (4.500 pesos) y se va a cambiar para empezar una nueva clase.

Negro, de neoprene, el chaleco que se utiliza para el electrofitness emite descargas de ondas hertzianas. No duele. La sensación es de “hormigueo”. Los doce cables que se conectan al cuerpo se reparten de esta manera: dos en el pecho, dos en el abdomen, dos en la espalda, dos en los glúteos, uno en cada brazo y uno en cada pierna. Antes de ponerse el chaleco hay que mojarlo con un rociador, porque el agua -recordemos- conduce la electricidad producida por un “cerebro”. Hay chalecos que se enchufan e inalámbricos. El equipo completo cuesta unos 20.000 dólares.

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