El vicealmirante Carlos Carbone llevaba dos días en el cargo de jefe de la Casa Militar ese jueves 20 de diciembre de 2001 cuando sintió que el presidente Fernando de la Rúa estaba en peligro. Había visto por las pantallas instaladas en la pequeña parroquia de la residencia de Olivos cómo una decena de personas se distribuían plácidamente por los perímetros del muro. No tenían remeras. O sí, pero con ésas se estaban tapando la cara. Su actitud, según la visión de Carbone, era provocadora.
Habían transcurrido apenas horas del estado de sitio que el presidente había declarado a las siete de la tarde del miércoles 19. Estaba prohibido el derecho de reunión y la libertad de circulación en determinadas horas. Pero a la 1:30 de la madrugada, ya había miles de personas rodeando la quinta presidencial. No estaba la policía bonaerense, no intervenía. De la Rúa estaba en su dormitorio. Probablemente dormía. O no. Nadie lo sabía. Había poca gente en la planta baja de la residencia.
Algunos ministros y diputados radicales estaban en el hotel Elevage negociando con el peronismo. Fernando de la Rúa, esa tarde, había aceptado incorporar a dirigentes del PJ para un gobierno de "unidad". Era la carta más firme para mantener la estabilidad institucional. Incluso, entre la agenda de propuestas, se había pensado en dividir el Ministerio de Economía y crear un Ministerio de la Producción. Quedaron en continuar las conversaciones al día siguiente.
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El estallido del 2001 del presidente Fernando de la Rúa
Cavallo ya había renunciado
El ministro de Economía Domingo Cavallo ya había renunciado. Hacía gestiones con Carlos Becerra, jefe de la SIDE, para irse del país. Quería conseguir un avión. Mil personas se habían congregado en la puerta de su edificio de Avenida del Libertador y Ortiz de Ocampo. Estaba preso en su propia casa. No era el único punto de convocatoria. En todos los barrios de la Capital Federal se habían cortado calles y resonaban las cacerolas. Incluso frente a la Plaza Congreso y Plaza de Mayo.
Esa madrugada del 20 de diciembre, Carbone abandonó los monitores y fue hacia la residencia. Los muchachos seguían sentados en el muro. Si saltaban, otros manifestantes podrían imitarlos. Carbone encontró al ministro de Turismo de la Alianza, Hernán Lombardi, en la galería de la residencia. Le pidió que lo acompañara a la parroquia; le mostró la amenaza. Los muchachos seguían arriba del muro.
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El estallido del 2001 del presidente Fernando de la Rúa
—Tenemos que evacuar al Presidente —afirmó Carbone.
—¿Adónde quiere llevarlo? —preguntó Lombardi
—A Campo de Mayo.
Lombardi le dijo que no y salió de la parroquia.
Carbone ordenó a los suyos que sacaran las ametralladoras pesadas y las dispusieran en el parque apuntando hacia el muro. Un subordinado, con un megáfono, comenzó a pedir que bajaran. Fueron tres horas de máxima tensión. Antes de las cinco de la madrugada, Carbone percibió que la situación ya estaba controlada. La manifestación se había desactivado y no había nadie en el muro.
Una hora después, alrededor de las seis de la mañana, en su último día de gobierno, apareció Fernando de la Rúa en el hall de la planta baja de la residencia. Ya no se veían las ametralladoras pesadas en el parque. Tomó los diarios. El país se incendiaba.
El estallido del 20 de diciembre
Ese 20 de diciembre, en su desayuno, De la Rúa pidió que le avisaran a Cavallo que había aceptado su renuncia. No quería que su ex ministro se enterara de la novedad por radio.
Eran las nueve y media de la mañana cuando el Presidente aterrizó en el helipuerto de la Casa Rosada. En la Plaza de Mayo y alrededores ya se habían iniciado las protestas. El decreto de estado de sitio, comunicado por cadena nacional, había irritado a la sociedad. Las balas de goma y los gases intentaban detener el avance de los manifestantes. La avanzada sobre la Plaza persistiría durante toda la tarde.
A media mañana una delegación de diputados y senadores radicales informó a Fernando de la Rúa los detalles de la reunión en el hotel Elevage. La posibilidad de acuerdo con el peronismo era mínima. Pero si no había ofrecimientos concretos de puestos en el gabinete, sería imposible establecer un gobierno de concertación. La respuesta de De la Rúa quedó flotando en la nada. Prometió meditarlo. Aun así, la Secretaría Legal y Técnica comenzó a trabajar en el decreto de creación del Ministerio de Producción y la división del Ministerio de Economía. Sin embargo, ya no habría más reuniones. Los gobernadores habían decidido asistir en masa a la inauguración del aeropuerto de Merlo. Volaron a San Luis. El gobierno de unidad estaba cada vez más lejos.
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Caos y muertos en plaza de Mayo por el estallido del presidente Fernando de la Rúa
Hacía cinco días que se habían iniciado los saqueos en distintas provincias. Todavía en forma aislada. Al principio en Mendoza, luego en Entre Ríos, y también en el Gran Buenos Aires. El sábado 15 un grupo organizado de piqueteros y desocupados se presentó en el supermercado Carrefour para reclamar entrega de alimentos para 500 personas. Cuando lo obtuvieron, se retiraron.
Otro grupo de vecinos, muchos de ellos mujeres con sus niños provenientes de villas de emergencia, reclamaron alimentos en una sucursal de Supermercados Día%. Cuando las cortinas se cerraban, intentaron saquearlo. Fueron dispersados por la policía. La modalidad persistió en otras localidades: centenares de personas comenzaron a reunirse frente a las cadenas de supermercados.
Para entonces, ya se informaba sobre muertos y heridos de bala en las adyacencias de la Plaza de Mayo. La avanzada sobre la Plaza continuaba. Las manifestantes entraban y salían, corridos por los caballos de la Guardia de Infantería.
Desde la Casa de Gobierno, para “evitar la conmoción pública”, se realizaron gestiones para cortar la señal de los móviles de la televisión. Se especulaba que las protestas callejeras en las pantallas impulsaban a más manifestantes a la calle, y que si se cortaban las señales, las protestas se atenuarían.
La renuncia de Fernando de la Rúa y la partida en helicóptero
El Presidente le pidió a su secretaria Ana Cernusco que le alcanzara un papel membretado y se alejó hacia su escritorio del Salón Verde. Tenía la camisa arremangada. Sacó el capuchón de su lapicera y comenzó a escribir.
“Señor Presidente Provincial del Honorable Senado… Me dirijo a usted para presentar mi renuncia como Presidente de la Nación. Mi mensaje de hoy para asegurar la gobernabilidad y constituir gobierno de unidad fue rechazado por los líderes parlamentarios. Confío que mi decisión contribuirá a la paz social y a la continuidad institucional de la República…”. Cerró la carta: “Pido a Dios por la ventura de mi Patria”. Y la firmó.
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La renuncia a puño y letras del presidente Fernando de la Rúa
Entregó el papel al secretario de Legal y Técnica, Virgilio Loiácono, para que lo llevara al Congreso. Pidió que lo hiciera rápido: a las ocho cerraba la mesa de entradas.
Ahora sólo le faltaba irse. Le pidió al fotógrafo oficial Victor Bugge que le tomara fotos mientras recogía algunos papeles de los cajones de su escritorio. Luego le preguntaría a su secretaria si había sacado la jabonera y el resto de las cosas del baño. Ella le dijo que sí, que ya estaba todo.
El vicealmirante Carlos Carbone le anunció que deberían irse en helicóptero, tal como habían llegado. De la Rúa prefirió salir en auto, pero Carbone le insistió. No podía velar por su seguridad en la calle. Entonces lo guió escaleras arriba hasta la azotea. Abrazado al edecán, Fernando de la Rúa subió al helicóptero que estaba suspendido unos centímetros por encima del suelo.
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El presidente Fernando de la Rúa huiría en un helicóptero desde Casa Rosada
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