“La embajada voló por el aire con todos nosotros adentro”, contó Jorge Cohen al recordar el triste momento del que salió con vida. Su testimonio es uno de los catorce que forman parte Voces de la Embajada, un proyecto que rescata los testimonios de quienes sobrevivieron al atentado a la sede diplomática.
Catorce sobrevivientes cuenta su historia.
En conmemoración de un nuevo aniversario de la tragedia, la Embajada de Israel en Argentina, junto con la AMIA y el Congreso Judío Latinoamericano, impulsó un proyecto colaborativo para conservar los relatos de quienes vivieron el atentado. La propuesta, materializada en la plataforma digital Voces de la Embajada, recopila testimonios en primera persona de catorce afectados, quienes relatan el impacto de aquel día y reflexionan sobre sus secuelas.
Compartieron sus historias Alberto Kupersmid, Gloria Svetliza, Alfredo Karasik, Ana Bier Aruj, Enrique Klein, Alberto Romano, Jorge Cohen, Lea Kovensky, Hugo Escalier, Martín Golberg, Víctor Nisenbaum, Mirta Berelejis, Raúl Moreira, y Claudia Berenstein (hermana de Beatriz Mónica Berenstein de Supanichky, víctima fatal del atentado).
“Arroyo era mucho más que la embajada. Era la casa de una gran familia porque nos cruzábamos todo el tiempo. Todos nos conocíamos con todos. No había una persona que no conociera a la otra... Y así fue hasta el 92″, revive Alberto Kupersmid (56), sobreviviente del atentado. El hombre, casado y con dos hijos, asegura que su vida se divide en “antes y después del atentado”.
Por este nuevo aniversario del horror, la Embajada de Israel en Argentina, AMIA y el Congreso Judío Latinoamericano lanzaron un proyecto conjunto.
Al rememorar aquel 17 de marzo, evoca cómo había comenzado su jornada laboral en el sitio donde había ingresado siendo apenas un joven de 18 años. El clima dentro de la embajada era cálido y de compañerismo, con vínculos sólidos entre los trabajadores, lo que hizo que el impacto de la tragedia resultara aún más desgarrador. La detonación no solo redujo a escombros una construcción, sino que también desmembró una comunidad unida.
Lea Kovensky, por su parte, experimentó una inquietante sensación que anticipaba el desastre. “Cuando llegué a la puerta de la embajada, sentí que algo malo iba a pasar. Lo asocié con las reparaciones que estaban haciendo, con los cambios en la dinámica de trabajo. Después, todo tuvo sentido”. Momentos previos al desastre, una sensación de inquietud recorrió a algunos empleados. No obstante, nadie podía prever la magnitud del acontecimiento que estaba por desatarse.
“El coche bomba vino por Carlos Pellegrini, dobló cuando vio el espacio vacío. El embajador iba a almorzar como rutina. Subió las ruedas hacia la vereda, tocó con el portón y ahí explota”, rememora Víctor Nisenbaum, hoy de 57 años. Comenzó a trabajar en la embajada a los 21 y tenía apenas 24 cuando ocurrió el ataque.
La impactante columna de humo segundos después de la explosión del coche bomba, captado por un vecino de la Embajada.
Una vida feliz hasta 1992
“Hasta ese día de 1992 tenía una vida feliz, normal; en la que disfrutaba de mi familia y mis amigos. Iba feliz a trabajar todos los días”, recuerda los buenos vínculos con sus compañeros y asegura que su vida cambió rotundamente luego de ese atentado.
El sufrimiento logró que los lazos entre los compañeros de trabajo se hicieran aún más estrechos. “Fue más entrañable. Hoy, sobrevivientes y familiares de las víctimas, podemos decir, que somos casi una familia”, afirma.
Martín Golberg también logró salir con vida, aunque el recuerdo sigue marcándolo profundamente. “Sentí que me estaba electrocutando. Empecé a temblar y pensé: ‘¡Me estoy muriendo!’”, cuenta. En el primer instante, creyó haber tocado un cable de una obra en construcción y que la electricidad lo estremecía. Unos instantes después, la explosión lo lanzó hacia el fondo del edificio.
En ese preciso instante, Enrique Klein sintió cómo la onda expansiva lo rozó “de refilón, por eso nos hizo girar como un trompo”. “Lo único que sentíamos fue como una descarga eléctrica muy grande”. Gloria Svetliza, en cambio, perdió toda noción del tiempo entre el estallido y el momento en que logró abrir los ojos. “Se veía todo un polvo, como en el desierto cuando levanta esa polvareda. Luego salí al pasillo y ahí fue el horror, directamente, porque un sector de oficinas no existía. Veía directamente la calle”.
Juan Carlos Brumana era sacerdote católico. Llegó a la parroquia Mater Admirabilis, frente a la Embajada israelí, en el momento que estalló la bomba.
Tras el atentado, así se vivía la situación en la Embajada de Israel
“Todo era un agujero negro. No había aire, no había oxígeno. Nos avisaron que saliéramos como pudiésemos porque no había forma de que nos asistieran”, cuenta Alfredo Karasik. La desesperación de ese momento hizo que pese a la angustia y el susto, el deseo de sobrevivir prevaleciera: “Todo era un agujero negro. Empezamos a trepar por la estructura del ascensor, porque estábamos en el 4º y último piso del edificio. Hasta que logramos alcanzar la calle”, recuerda Ana Bier Aruj.
El ambiente era asfixiante, la tristeza se sentía en el aire, y la escena parecía sacada de una película de horror. “Pudimos salir por el edificio de al lado. Recuerdo que al salir de este edificio me encontré afuera con un panorama que era terrible”, agrega Hugo Escalier.
Pero los empleados de la embajada no fueron los únicos afectados por la tragedia. “Al lado había una iglesia, un asilo y un jardín de Infantes dentro de la iglesia, y salían los chiquitos manchados por sangre... No era Arroyo, no era mi querida Buenos Aires... Ahí tomé dimensión realmente de lo que había pasado”, cuenta angustiado Golberg.
“La embajada voló por el aire con todos nosotros adentro”, resume Jorge Cohen al rememorar su experiencia como sobreviviente. “Todos tenemos cicatrices en el cuerpo y en el alma a consecuencia de esto”, expresa Nisenbaum, quien, después de más de tres décadas, sigue conmovido al recordar a Laura. Aquella joven se detuvo frente a él y le preguntó cómo tenía el rostro, ya que lo sentía "muy caliente”. “Le dije que linda, como siempre. Estaba toda lastimada y hasta el día de hoy tiene cicatrices en el rostro”, lamenta.
A 33 años del atentado a la Embajada de Israel.
Personas desaparecidas
Kupersmid relata que, en medio del caos, mientras lograban salir, sabían que había personas desaparecidas y tenían claro quiénes eran. “La esperanza de encontrarlos con vida era lo único que nos podía sostener y nos impulsaba a seguir buscando en un país como este, que no tenía ni idea cómo hacer en este tipo de eventos. Era la primera vez que en la historia de Argentina algo de esta magnitud”.
Sin embargo, reconoce que, aunque nunca dejaron de esperar, “desgraciadamente, tampoco obtuvimos una respuesta positiva ante ninguna, ninguno, de los que nos faltaban”. “Desgraciadamente, cuando sacamos a todos, ya estaban muertos. No pudimos rescatar a nadie y era algo relativamente razonable porque hubo gente que cayó del segundo piso, del tercero...”.
Hubo también víctimas entre los transeúntes. Individuos que transitaban por el lugar en el instante exacto de la detonación. Entre los fallecidos se encontraba Juan Carlos Brumana, el sacerdote de la parroquia Mater Admirabilis, que se encontraba frente a la Embajada de Israel cuando ocurrió la explosión. Asimismo, perdió la vida un taxista que circulaba por la zona, realizando su recorrido habitual en busca de algún cliente.
Causó 29 víctimas fatales y dejó más de 240 heridos.
La falta de justicia
El sabor amargo para Golberg es “la falta de justicia”. ”Esa es una de las cosas y de las heridas pendientes como sobreviviente. Pasaron 33 años y seguimos reclamando por justicia. No hay una sola persona detenida, respecto al atentado de la Embajada de Israel”.
En esa línea, Mirta Berelejis reclama: “Esperamos que algún día se sepa quién fue la conexión local, eso no se sabe y no sé si se sabrá algún día”. Con la mirada puesta en el porvenir y el anhelo de que lo sucedido no caiga en el olvido, Klein expresa: “Es importante que los chicos sepan la verdad. Con claros y oscuros, pero tienen que saber la verdad de lo que pasó”.
Las voces de los sobrevivientes sirven como un recordatorio del salvajismo del ataque y subrayan su deseo de preservar la memoria de lo sucedido. “Es imprescindible que estas voces sean escuchadas y perpetuadas para las futuras generaciones, porque es a través de la memoria que se puede construir un futuro más seguro y vivir en paz”, anhela Claudio Epelman, director ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano.
A su vez, Amos Linetzky, máximo dirigente de AMIA, destacó la relevancia de escuchar las voces de aquellos que lograron sobrevivir: “El valor de registrar estos testimonios es incalculable. La comunidad judía y toda la sociedad argentina somos responsables de recordar que el terrorismo destruye vidas, y que por eso la lucha contra el terrorismo no se puede detener”.
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