Los tabúes sobre los hombres siguen pesando, pero cada vez más personas se animan a hablar de lo que les duele, les preocupa y los atraviesa en lo cotidiano.
Durante mucho tiempo, la idea instalada fue que cuando los hombres se juntan solo hablan de fútbol, política, autos o chistes subidos de tono. Esa imagen, repetida en chistes, series y conversaciones familiares, escondió algo importante: detrás de esos temas “permitidos” también hay preocupaciones, miedos, deseos y emociones que muchas veces no encuentran lugar para ser nombradas directamente.
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Los mitos que pesan sobre los hombres
Uno de los grandes tabúes es la creencia de que los hombres “no hablan de lo que sienten”. En realidad, muchos sí lo hacen, pero de otra manera. A veces disfrazan una preocupación en forma de broma, cuentan algo “como si fuera de un amigo” o tiran una frase al pasar para medir qué tan posible es profundizar sin ser juzgados. El mandato de “ser fuerte” sigue vigente y eso hace que muchos varones se cuiden de no mostrar fragilidad frente al grupo.
También existe la idea de que entre hombres solo se valida el éxito: el que gana más, el que tiene más logros, el que “la tiene re clara” con todo. Esa presión hace que, en varias reuniones, hablar de lo que falla —problemas económicos, dificultades en la pareja, miedo al futuro, angustia— sea vivido casi como un riesgo. No es que esos temas no existan; muchas veces quedan en silencio.
De qué sí hablan cuando se sienten seguros
Cuando el grupo es de confianza y el clima lo permite, aparecen otras charlas. Surgen conversaciones sobre la crianza de los hijos, la culpa por no estar tanto en casa, la preocupación por la salud de los padres, el miedo a perder el trabajo o a no llegar a fin de mes. También se habla de ansiedad, de insomnio, de cansancio emocional, aunque quizá no se usen esas palabras exactas.
Otro de los temas que aparecen entre los jujeños tiene que ver con los miedos de no cubrir las expectativas de los hijos y las falsas denuncias de violencia de género.
En esos espacios, más íntimos, muchos hombres cuentan separaciones dolorosas, duelos que siguen abiertos o conflictos que les cuesta resolver. Tal vez no lo hagan en círculo, con tono solemne, pero sí en un costado, en la vereda, en el “che, ¿podemos hablar un toque aparte?”. Ahí aparecen frases como “la estoy pasando mal” o “no sé qué hacer con esto”, que marcan un quiebre con la idea del varón que nunca pide ayuda.
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Los tabúes sobre los hombres siguen pesando, pero cada vez más personas se animan a hablar de lo que les duele, les preocupa y los atraviesa en lo cotidiano.
La emoción detrás del chiste
En muchas reuniones masculinas, el humor funciona como puerta de entrada. Se hacen chistes sobre la pareja, el trabajo o la vida cotidiana, pero si uno escucha con atención, detrás de esa risa hay temas serios: miedo al compromiso, inseguridad con el propio cuerpo, celos, presión por rendir siempre, cansancio de “tener que poder con todo”. A veces el chiste es la forma menos amenazante de poner algo sobre la mesa.
Cuando alguien del grupo se anima a correrse de ese libreto y dice “che, hablando en serio…”, suele pasar algo interesante: otros también empiezan a abrirse. Ese cambio de tono, aunque dure unos minutos, muestra que las charlas entre hombres pueden ser mucho más profundas de lo que marcan los estereotipos.
Nuevas masculinidades, nuevas conversaciones
De a poco, muchos varones empiezan a cuestionar esos mandatos y buscan formas más sinceras de vincularse. Aparecen grupos donde se habla abiertamente de terapia, de salud mental, de violencia, de vínculos más igualitarios y de paternidades presentes. No se trata de que ahora “tengan que” hablar de sentimientos todo el tiempo, sino de que puedan hacerlo cuando lo necesitan, sin miedo a ser ridiculizados.