Mi mamá me contaba que yo de niña, rondando los 4, no aceptaba en modo alguno utilizar pantalones. Incluso en días de frío, o en los que tocaba deporte en el jardín, mi obstinación era tal que ella me propuso -ahora que soy madre imagino y hasta compadezco el camino que ha de haber recorrido hasta llegar a ese acuerdo- utilizar al menos un cancán gruesito debajo de la pollera para no congelarme, y un bombachón bajo la falda como solución oculta para gimnasia.
¿Ser mujer?
Columna de opinión de Karin Gebauer, acompañante emocional en gestaciones y nacimientos.
Deduzco que semejante ahínco habrá surgido de mi primer descubrimiento de “lo femenino”, o de lo que yo veía como tal, pues es la edad en la que una personita comienza a descubrir que no somos todos iguales. Y se ve que me duró unos cuantos años: me recuerdo también jugando con paraguas abiertos sobre mis muslos como emulando un vestido de dama antigua... amaba esa sensación de amplitud!
Más adelante, transitando una adolescencia en pelea interna con mi condición femenina, no lograba identificarme con el estereotipo de mujer que me vendía la sociedad. Sentía contradicciones, varias. Detestaba usar ropa apretada o que dejara a la vista mi vientre no-plano, los tacos me parecían bonitos, pero tremendamente agresivos con mis pies. Ni hablar de la incomodidad de los apósitos plásticos a los que debía recurrir “una vez al mes”, que se adosaban tantísimo a mi cuerpo como consecuencia del jean súperapretado que traía la moda, provocándome una irritación tan insoportable que mi cerebro mandaba al pobre cuerpo la orden de detener el ciclo a menudo.
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Sin embargo, la sensualidad, el deseo y la atracción animal comenzaban a brotar en mi torrente hormonal, más no lograba dejar la culpa moral de lado. Sentía el impulso de seducir, pero no quería que me miren, no con esos ojos de macho devorador. Con ganas de “comerme a besos” estaba bien.
De cuna matriarca, la debilidad y delicadeza de las mujeres tampoco me resonaba. Con mirada crítica adolescente me fui construyendo un caparazón protector ante el sistema hostil que me rodeaba, bastante alejada de sentimentalismos y bien avocada al deber ser (que según mis mandatos heredados, equivalía al progreso académico).
Así fui entrando en una juventud equilibrada hormonalmente por pastillas anticonceptivas, sin mucho más planteo interno que estudiar, aprobar, y crecer como profesional. Aquí ya “amigada” con el estereotipo de mujer-de-oficina-autónoma-sexy-que-se-lleva-el-mundo-por-delante, me subí a las plataformas, me pinté los labios, me calcé la camisita apretada y salí a las pistas (a laburar y producir obvio!)
Bastante pronto (y lo agradezco) mi cuerpo comenzó a darme alertas sobre mi camino indeseado. Difícil sostener tanta perfección, tanta estabilidad, tanta imagen potente, sobre todo cuando iba en contra de mi esencia personal (no descubierta hasta ese entonces). Crisis de ansiedad y de pánico me ayudaron a ver que no iba por MI buen camino.
Otra vez mirada crítica, desencuentro con mi femineidad, crisis existencial. Por qué la gente camina tan enojada? De qué me sirve la beca de maestría si no logro dormir por las noches? Para qué ejercitar mi cuerpo si luego acarreo miradas insoportablemente babeantes?
Busqué ayuda, puse mucho, mucho de mí, para renacer. Para animarme a ser coqueta a mi manera, porque sí: me gusta adornarme, y qué? Dejé pastillas y me animé a observar y respetar mi ciclo interno, sin pretender ocultar mi “indisponibilidad” para con la sociedad. Comencé a trabajar mi cuerpo desde un lugar amoroso, porque moverme me hace sentir viva, me ayuda a dejar de pensar por un rato.
Y así me fui enamorando de mi nuevo descubrimiento: yo misma, yo-MUJER. Abriendo espacio para la sensibilidad y la ternura en los vínculos, se despertó de pronto en mí el deseo de ser mamá. La vivencia de la gestación dentro de mi cuerpo, del parto con plena conciencia sensorial, de la maternidad como posibilidad de revolución social y de crecimiento personal, llegó a transformarme la vida, llevándome a un profundo e infinito agradecimiento por mi SER MUJER.
Y es este camino que me trajo hoy hasta aquí, con el que descubrí qué mujer soy, o más bien en el que construí la mujer que soy hasta ahora (totalmente abierta a de-construir y reconstruir en la medida de MIS genuinas inquietudes, pues al fin de cuentas creo que hay tantas posibilidades como personas, y que mientras sea auténtico y amoroso, es válido), el camino que deseo compartir con ustedes. Nos seguimos leyendo.
Karin Gebauer
Acompañante emocional en gestaciones y nacimientos
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