Diego Maradona había acostumbrado al mundo que podía gambetear a lo que sea. Por eso sorprende tanto su muerte, la que había dejado despatarrada en el piso un par de veces en el 2000 y en 2004, como si se tratase de un defensor rival. Un final anunciado, quizás, considerando las últimas imágenes que se vieron durante su cumpleaños número 60 y la preocupación que despertó.
Ese último cumpleaños, celebrado con homenajes a nivel mundial y un acto en cancha de Gimnasia de La Plata encabezado por Chiqui Tapia y Marcelo Tinelli –presidente de AFA y de la Liga Profesional de fútbol– había levantado las alarmas. Era un Diego desmejorado, que veía potenciada las dificultades en el habla que arrastraba en sus últimos años. Luego se dijo que muchos miembros de su familia habían pedido que no vaya. Internas que estuvieron siempre y hoy quedan en un segundo plano.
Quienes estaban cerca del astro decían que se lo veía triste. La muerte de sus padres, Doña Tota en 2011 y Don Diego en 2015, fueron dos golpes que lo marcaron de manera definitiva. Lloraba cada vez que hablaba de ellos. Para su último cumpleaños había pedido poder juntar a todos sus hijos y nietos -Diego Sinagra, Dalma, Giannina, Jana y Dieguito Fernando; Benjamín y Roma- en una reunión de reconciliación que no pudo concretarse.
Sin embargo, Dalma y Giannina tomaron nota del mal estado de salud de su padre y empezaron gestiones para hacerse cargo, de acuerdo a lo que contaban fuentes cercanas a la familia. En medio, a principios de noviembre debió ser operado de un hematoma subdural en una clínica de Buenos Aires, en una secuencia que comenzó como un chequeo de rutina y terminó con el 10 frente a una compleja cirugía.
Para la recuperación, Diego se había mudado a un Country en el Tigre donde hacía reposo y era custodiado por un equipo de íntimos. Jony Espósito, su sobrino; Maxi Pomargo, mano derecha del Diez y cuñado de Matías Morla; Leopoldo Luque, su médico personal entre otros. Pero no lo veían bien, estaba triste, no hacía chistes. De capa caída. Le faltaba una rutina y un descanso. La motivación por poder volver a trabajar y tener una meta era fundamental en una persona de su carácter. Según consignan diarios nacionales, le había pedido al círculo cercano poder tomarse “unas vacaciones de ser Maradona”.
Es por ello que en las últimas semanas había tomado fuerza la idea de trasladarlo nuevamente a Cuba, donde Tony Castro, hijo de Fidel, había puesto todo a disposición para que reedite la rehabilitación ejemplar que en 2004 ayudó a superar los dos episodios que casi lo matan.
No pudo ser. Había gambeteado a la parca un par de veces y la tercera no lo perdonó.
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