Raúl era un perro callejero con grandes aspiraciones. Allá por los noventa, él había decidido que su nuevo hogar sería la Casa de Gobierno de La Rioja, se instaló, conquistó a todos -o casi, porque alguna vez quisieron desalojarlo, aunque no pudieron- y hasta inastauró que su lugar para dormir la siesta era en el medio del paso, entonces todos los funcionarios lo esquivaban.
Como cuenta Analía de la Vega, "nunca le faltó comida, atención veterinaria y cama comoda. Era el perro guardián celoso de su hogar, el principal edificio de la ciudad, a quien todos respetaban, admiraban y querían". El perrito marrón se sentaba en la puerta principal y esperaba el "hola Raúl" de cada trabajador.
Lo conocían todos y hasta la Asociación Protectora de Animales se tomó un momento para despedirlo por redes sociales.
El 26 de diciembre, Raúl murió. Era uno de los pocos seres del edificio que había pasado por tres gobernaciones distintas y seguía ahí. Los empleados, los encargados de seguridad, todos lo lloraron. En homenaje, el gobernador Sergio Casas autorizó a que lo enterraran en uno de los jardines del edificio con una emotiva placa.
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