En esta ocasión les quiero proponer que conozcamos una nueva dimensión de la parentalidad, que va tomando fuerza en la actualidad dentro de los procesos terapéuticos de familias. Pero antes de empezar a describir de lo que se trata, deberemos recorrer la relación parental desde el comienzo, desde ese inicio donde la pareja suele apostar a un proyecto de vida de familia. En algunos casos son los hijos los que llegan antes, y unen a esas parejas para ser padres. Pero más allá de cómo se conformaron, nos vamos a centrar en el momento, para nadie deseado, en el que hay que hablar de división, y donde la sensación, es que el grupo familiar se desintegrará, pasará a tener que repartirse y elegir cómo hacerlo; y desde ese momento el impacto será grande y el proceso largo: la separación.
Más adelante les contaré de qué se trata la Coparentalidad, esta dimensión que nos enseña que un divorcio o una separación, no debe implicar el fin de una familia. Seguramente, alguno de los que están leyendo forman parte de esos casos en los que su separación se desarrolló de buena forma y con acuerdos mutuos. Ahora bien, ¿qué sucede en aquellos casos en los que las separaciones constituyen un campo de batalla? Primero comienzan a asomar las diferencias, luego los enfrentamientos frente al peso de las responsabilidades, y la distribución de las tareas, y culminan con grandes disputas y marcados desencuentros en la crianza. Desde ese instante, lo ideal sería parar y pensar en los roles, salirse de esa lucha donde lo único que importa es, quién tiene la razón. Como todos sabemos, primero nos conformamos en pareja, y luego aprendemos este rol que es ser padres. Y es lógico que un hijo siempre va a provocar desacuerdos, en todas las parejas sucede esto, de que cada quien trae su modelo de crianza y adaptarlo al modelo del otro. Ese es el desafío en esa unión. Lo ideal entre los padres, y también en la pareja es mantener una comunicación abierta, exponer las opiniones y acordar las decisiones. Si tomamos el camino del enojo, si evitamos abrir el diálogo y permitimos que el malestar se interponga, la parentalidad siempre se verá afectada, lo que a su vez repercutirá en la relación de pareja.
Sabiendo todo esto nos vamos acercando al concepto. Los que me conocen siempre me escuchan decir, somos un equipo, tanto parejas como padres, y si algún miembro no funciona como el resto, el equipo comienza a verse afectado, deja de funcionar, y si nos ponemos a pensar, en medio de todo esto quedan ellos, los hijos. Todo lo que sucede entre estos padres, ellos lo perciben, lo escuchan, lo viven y siempre les afecta en gran medida y es algo que va dejando huellas imborrables que, a futuro, conllevan procesos de desarrollo inestables que requerirán de ayuda. Y como dice Gabriel García Marquez, “Lo que importa en la vida no es lo que te ocurre, sino qué recuerdas y cómo lo recuerdas”.
Cuando no podemos darnos cuenta a tiempo que la pareja presenta dificultades, aún podemos mirarnos como padres, y trabajar desde esa habilidad de separar ambos roles, y actuar como corresponde. El hecho de no haber funcionado como pareja, no significa que fallaremos como padres. En muchas situaciones, necesitamos de la ayuda y el aporte de un profesional porque ese campo de batalla se ha vuelto impenetrable y los hijos quedaron perdidos en el bombardeo. Generalmente, sucede que los padres hablan de divorcio como de enfrentamiento y no como la separación de la pareja que no funcionó. Otro aspecto es aquel en el que se inicia la competencia, quién da más, quién es más responsable, quién falta, quién deja, etc., un proceso que debería erradicar esa lucha de vencedor a vencido, sacando la necesidad de competir, para comenzar a pensar la posibilidad del consenso, de alcanzar una distribución equilibrada, una convivencia pautada con consentimiento, una comunicación positiva dirigida a la crianza compartida; todo esto es lo que quiere decirnos la Coparentalidad. Aquella tarea de alcanzar una distribución equitativa entre los padres, de aquellos hijos que en algún momento fueron proyecto de pareja, pero hoy los debemos mirar como los padres que esos hijos necesitan y desean tener, pero sin guerras.
Por esto, les propongo a aquellas parejas que hoy no están del todo bien, desarrollar este ejercicio, al menos una vez cada tanto: repensarnos, mirarnos en dónde estamos desde ese proyecto inicial, reconocer cómo nos encontramos, si con la misma fuerza y energía, o bien perdiendo las ganas. Esa revisión nos servirá para actuar a tiempo y evitar lastimar a nuestros hijos. La Coparentalidad siempre es posible si nos proponemos aprender a ser Padres, dejando aparte las dificultades de pareja. El primer paso de esto, es pensar en los hijos, porque ellos no deberían estar expuestos a elegir quién es mejor o a quién prefieren; sí en ser parte del consenso, en colaborar en el momento de resolver situaciones difíciles, encontrarse en un ambiente que presente un buen clima y un diálogo abierto. Ojo que, con esto, no queremos decir que los padres se la pasarán hablando, pero con un mínimo de comunicación y posibilidades de acuerdo, todo parecerá que continúa de la misma manera, pero cada quién en su lugar. Es decir, continuarán siendo Papá y Mamá.
Berenice Ruesjas – Lic. en Psicología MP.330
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