La Pedrera es un rincón pequeño, fácil de recorrer de punta a punta en pocas horas. Su rambla conecta ambas playas, formando una curva que actúa como un mirador natural, ideal para contemplar el horizonte marino. "Vemos más argentinos que el año pasado. Uno de cada 3 turistas viene de la otra orilla y dos de cada tres son del interior argentino y realizan el city tour por La Pedrera y La Paloma", dice Tabaré, a cargo de del bus turístico.
Diego y Lucía pensaban veranear en la costa argentina, pero en La Pedrera descubrieron que gastan menos.
"Teníamos pensando ir a Mar de las Pampas durante quince días pero no queríamos gastar más de 100 dólares por noche en hospedaje", cuenta Lucía (45), que viajó con su pareja Diego. "Como tenemos un viaje a mitad de año que es más importante, queríamos cortar dos semanas y hacer algo gasolero, pero tanto en Mar de las Pampas como en Chapadmalal nos pedían 120 dólares por noche y nos empacamos y no quisimos pagarlo", asegura ella, que es abogada.
"Fuimos viajando en auto y nos dijimos: '¿Y si vamos a Uruguay?'. Y aquí estamos, en La Pedrera, que no conocíamos, y con la que nos encontramos medio por descarte. Alquilamos un muy lindo cuarto por 90 dólares. Estamos convencidos que aquí estamos gastando menos que en la Costa argentina. Y debemos reconocer que, aún con viento, porque acá hay viento, estamos enamorados de este lugar", remarca Diego, que trabaja en sistemas.
Es verdad que La Pedrera está muy atada a las condiciones climáticas, ya que sus visitantes aprovechan al máximo la playa cuando el tiempo lo permite. En un recorrido realizado por Clarín se identificaron alrededor de una docena de bares y restaurantes, algunos boliches, tres heladerías y varios negocios pequeños que le dan vida a su encantadora peatonal.
Elegimos un lugar tranquilo, para disfrutar y recargar pilas.
Deporte, calma y un toque de aventura para los turistas argentinos.
"Al atardecer caminar por aquí es encantador, a la noche pierde esa magia porque todo el mundo está aquí y se hace medio intransitable", dice una montevideana vendedora de velas y sahumerios. "Cuando es día de playa, no ves ni al loro", sonríe.
Mientras recorremos las extensas arenas de El Barco, nos encontramos con un grupo de chicos participando en un torneo de spikeball, ese deporte playero en auge que mezcla saltos, golpes precisos y una pelota que rebota sobre una red redonda. Cuatro compiten mientras otros se divierten alrededor.
"¿Son argentinos?". Y el acento cordobés es inocultable. "Vinimos en tres autos desde Villa Allende y la estamos pasando espectacular. Pensamos las vacaciones matizando tranquilidad, lectura y joda", dice Facundo (26), que se presta con amabilidad.
Profesionales como abogados, licenciados en administración de empresas y cocineros, algunos ya graduados y otros terminando sus estudios, se dejaron ver entre los cordobeses. Mientras unos practicaban strike, otros se sumergían en la lectura, y uno más se estiraba sobre una manta mientras escribía.
"No somos bichos raros, pero nos gusta este tipo de destino donde no hay tanto quilombo. Debe ser porque venimos de un lugar calmo como Villa Allende, donde hay vida de pueblo", explica Tobías. "Igual anoche nos fuimos a un boliche en Punta y volvimos a las siete de la mañana, pero no es algo que hacemos todas las noches", acota Orestes.
Una postal de El Barco, la playa de los jóvenes en La Pedrera.
Del mismo grupo Simón dice que "es la primera vez estamos en La Pedrera y justamente comentábamos cuánto nos sorprendió el lugar, que creíamos que no habría ningún barcito para tomar una cerveza y hay varios. Son otra cosa, es verdad, pero hay movida como para dar unas vueltas. La Pedrera es un lugar que nos re cabe y Punta del Este del Este no está tan lejos... Sin duda que vamos a volver".
Lara (22), Asunción (21) y Rocío (22) arribaron desde Mendoza con el objetivo de disfrutar unas vacaciones solo entre chicas. Lara, la experimentada del grupo, quien conoce el lugar desde su niñez, se encargó durante el año de persuadir a sus "compañeras de siempre" para que descubrieran La Pedrera.
"A mí me encanta, no es un lugar avasallante, escuchá la música que viene del parador, ¿ves? Acompaña, no es invasiva y nos debíamos unos días cómo los que estamos pasando", dice justamente la que no quiere salir en la foto.
"Pensamos que íbamos a gastar mucho más -subraya Rocío- y estamos pagando una casita hermosa para las tres, 90 dólares la noche, mucho más económico que en la Costa Atlántica", enfatiza un concepto que se repite. "La sensación -acota Lara- es que acá no esperan el verano para salvar la temporada. Yo vengo desde siempre y la estabilidad es envidiable".
Asunción y Rocío alquilaron un quincho para pasar el día en la playa.
Este lugar de Uruguay es ideal para pasar con amigos y amigas
Las amigas están felices, ya que aún les queda una semana más de descanso. "También elegimos La Pedrera porque es un lugar donde no sólo se cultiva el respeto, también hay seguridad. Es la primera vez que salimos solas del país y nuestras familias estaban tranquilas de que vendríamos a un lugar como éste", destaca Rocío. "Y nuestros novios también", agrega Asunción y se matan de risa. "Queríamos un viaje de chicas, pero una cosa era venir acá y otra decirles a nuestros novios 'nos vamos a Punta del Este'. Se pudría todo".
En las costas de Uruguay no se utiliza la palabra "carpas". En su lugar, se pueden alquilar algunas sombrillas o, como sucede aquí, se encuentran varios "quinchos" equipados con hamacas paraguayas, ideales para resguardarse del sol y del viento, por un costo de 22 dólares al día para cuatro personas. "Esto es ideal para leer, contemplar la orilla y hasta clavarse una siesta", dicen las mendocinas que se declaran "anticaretaje, por eso no vamos a Punta y apostamos por La Pedrera, aquí no estás en pose todo el tiempo".
Es habitual que durante las tardes, en la playa El Barco, se armen guitarreadas.
En cada voz resuenan, más o menos, las mismas expresiones. "Lo que te puedo decir es que La Pedrera mejoró mucho la gastronomía, ampliando su gama de propuestas", señala Jorge, uruguayo que viene del Departamento Los 33. "Uno sabía que venía a un pueblo con una naturaleza maravillosa y comía en el mismo lugar de siempre. Ahora tenés restaurantes, confiterías para desayunar y merendar. Se sofisticó la gastronomía y también subieron los valores. Se pudo más chic, y mal no le queda, pero no debe exagerar".
Duda un poco Ana, su mujer, que teme que La Pedrera "esté en un proceso de cambio para atraer más turismo. Está claro que después de la pandemia empezó a aggiornarse, a buscar otros públicos, todo a su estilo, de manera paulatina, pero ya no es más el pueblito virgen para el turismo local. Siempre nos gustó de estas playas su estilo y personalidad, y que a pesar de estar relativamente cerca de Punta del Este, se priorizó el bienestar familiar. Esperemos que la intendencia de Rocha no cambie el discurso".
Con el ocaso del día, la caída del sol se convierte en uno de los momentos que atrae a más personas a El Desplayado. Martín y Delfina lideran una gran familia porteña. "Esto no tiene precio", dice el padre, extendiendo los brazos, mientras retrasa su partida para disfrutar del panorama.
"Cuanto más vengo, más me gusta. Con mi mujer decidimos casarnos exactamente aquí, el 30 de diciembre de 2010. Y te aseguro que era un pueblucho encantador, pero la esencia permanece. Acá somos felices".
Un paisaje típico de La Pedrera, con el vendedor de garrapiñadas en una calle empedrada.
Su esposa Delfina se une a la conversación, hablando mientras organiza los colchones de camping. "Paradójicamente, dentro de la serenidad reinante, es un lugar con mucha energía. Yo que soy economista me recargo positivamente. Entiendo que a nuestros hijos les pueda parecer demasiado tranquilo". Las chicas (Gala, Mora, Guada y Paloma), entre 8 y 14 juegan y la pasan bien; Bautista (18), en cambio, confiesa que "hay veces que el embole es importante. Lo mejor que tiene es el surf, que hago todos los días".
La familia, hospedada en un resort por el que abona 190 dólares diarios (para los siete), aprovecha ambas costas. "A la mañana vamos a El Desplayado, donde todo es más calmo y las chicas juegan con otros hijos de su edad. Y el mar es mucho más amigable. Por la tarde venimos a El Barco, donde hay movida, más veinteañera", describe Martín, que se despide. "Acá vendremos hasta el último verano de nuestras vidas. Es nuestro lugar en el mundo, pero reconocemos que es especial, y entiendo que no a todo el mundo le tenga que gustar".
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