El paso a paso
Martín se dedica a la enseñanza en el área de Educación Física. A los 17 años inició su camino en el remo y lleva 13 años trabajando como entrenador en esta disciplina, habiendo entrenado a la Selección Paralímpica de Remo para competencias. Además de ser profesor, también es emprendedor, aunque se describe principalmente como un apasionado por la naturaleza, la exploración y los retos personales.
La felicidad que no puede ocultar.
También es una persona que se animó a plantearse un desafío y a trazar cuidadosamente cada etapa necesaria para llevarlo a cabo. “La primera vez que vi un bote de remo oceánico fue en 2010, en una regata en Londres. Me llamó tanto la atención que desde entonces no dejé de investigar sobre ellos. Catorce años después, pude probar uno por primera vez y sumarme a una expedición que marcó mi vida”, asevera.
En aquel año, durante un viaje a la reconocida Royal Regata en Londres, Martín tuvo su primer encuentro directo con la embarcación que siempre había imaginado. El diseño único y el espíritu de aventura que emanaba ese bote captaron por completo su interés. “Desde ese momento empecé a investigar un poquito para saber de qué se trataba”, rememoró. Años más tarde, junto a un amigo y un ingeniero naval argentino, emprendieron el intento de construir su propio bote, aunque el plan no llegó a materializarse. Sin embargo, la idea permaneció viva en su mente.
En 2024, luego de haber adquirido un conocimiento más sólido sobre el tema y tras numerosos viajes por Europa, tomó la decisión de avanzar un paso más: organizar un encuentro con el director ejecutivo de la empresa líder en embarcaciones de remo oceánico. “Tenía todo estudiado e investigado. Llegué a la fábrica en Inglaterra, probé un bote por primera vez y comenzamos a planear la expedición”. Fue en ese momento cuando le ofrecieron unirse a la quinta edición de la Roxy Atlantic Expedition, una oportunidad que marcaría un antes y un después en su vida.
Una de los tantos días de preparación antes de subir a la embarcación.
En julio del año anterior, Martín tuvo su primer contacto con una embarcación diseñada para remo en alta mar y comenzó las gestiones para unirse a la siguiente expedición del Roxy. “Después de muchos mails y gestiones, me propusieron ser parte de la expedición”, revive feliz.
Para poder costear su participación en la travesía, obtuvo el respaldo de una compañía suiza que asumió una porción significativa de los gastos, mientras que la Federación Suiza de Vela lo proveyó de indumentaria técnica para la navegación. Gracias al apoyo de su círculo cercano, entre amigos y familiares, consiguió reunir el presupuesto completo, algo que calificó como un “lindo biribiri de gestiones y management” que marcó el inicio de su aventura oceánica.
Aventurarse al sueño
“Cuando me preguntan por qué hago esto, respondo: ¿por qué no? Cuando me preguntan para qué, digo que para ser yo”, explica el hombre que apenas cuatro días antes de conversar con colegas de Infobae cerraba la etapa de su increíble travesía, la cual —según sus palabras— repitió en varias ocasiones. Es por eso que irradia felicidad al relatar sus experiencias, bromea, se ríe y se expresa con la seguridad de quien alcanzó el podio de la vida.
Entre bromas y risa, cuenta: “Hace menos de cuatro días que estoy en tierra firme y me siento en medio ‘del proceso del proceso’ de decantación porque fue una de esas experiencias que marcan la vida”, reitera. Como dato de color, dice que a nivel físico esos cuatro turnos repartidos en tres horas cada uno, eran tres horas descansando y tres remando: “Así todo el día... ¡Estaba entretenido!”.
Uno de los hermosos amaneceres en el Atlántico.
Durante ese periodo de remadas, el joven debía estar atento a numerosos detalles. “A los movimientos dentro del bote, para no perder tiempo de descanso y para llegar puntual a los cambios y sentarme a remar otras tres horas. Por eso, ahora siento que estoy en mi momento de disfrute, no sólo por estar cerca de mis seres queridos, sino por haber logrado concretar el cruce en el primer intento, eso también es importante para nosotros como equipo”, enfatiza sobre la hazaña alcanzada por el grupo compuesto por siete británicos (de los cuales dos eran mujeres), un irlandés del norte, un estadounidense y Martín, el único argentino.
Los 48 días en el Atlántico
La travesía dio inicio en las orillas de La Gomera, en las Islas Canarias, un punto de partida habitual para varias gestas atlánticas a remo. El destino final: una playa idílica en el Caribe, a más de 4.800 kilómetros de distancia. A lo largo de semanas, el equipo remó sin descanso, coordinándose para asegurar el avance ininterrumpido del bote, tanto de día como de noche.
Nada podía dejarse al azar en medio de la vastedad del océano. El Atlántico, implacable, no les ofreció descanso. Mientras se maravillaban con sus paisajes, también sufrieron su poder: las intensas corrientes, los vientos erráticos y el abrasador sol fueron solo algunos de los desafíos que tuvieron que superar en su viaje.
Siempre con el mate listo.
“Las condiciones del océano nos exigieron no sólo preparación técnica, sino también una enorme fortaleza mental. Cada remada representó un paso hacia lo desconocido”, afirma. Sin embargo, también hubo instantes de emoción, como los amaneceres inigualables y los encuentros inesperados con animales marinos.
En cuanto a la parte más técnica, comenta que la planificación y organización de la travesía fue tan compleja como el mismo recorrido. La embarcación, construida especialmente para travesías oceánicas prolongadas, está dotada con los elementos esenciales para sobrevivir: un sistema de desalinización, provisiones de alimentos liofilizados y dispositivos de comunicación satelital. No obstante, las comodidades fueron limitadas: la tripulación descansó en espacios reducidos, resguardados únicamente por diminutas cabinas que los protegían del incesante vaivén de las olas.
Aunque hubo momentos difíciles, para él todo lo experimentado fue una valiosa lección y se siente profundamente agradecido. “Mi disfrute comenzó meses antes, mientras trabajaba en la gestión de todo. El entrenamiento fue intenso, pero me llenó de gratitud y motivación”, revela. Nada de lo que ocurrió lo tomó por sorpresa de manera negativa: “Sabíamos que era algo extremo. Había olas de cuatro o seis metros, pero el miedo nunca reinó. Siempre trabajamos en equipo y apuntamos a la mejor opción para seguir adelante”.
La tripulación y el saludo navideño para sus familiares.
Si bien su equipo de compañeros y compañeras de travesía compartió experiencias extraordinarias, él forjó una conexión especial con Brian Dykas, un ingeniero de Blue Origin involucrado en iniciativas espaciales. “Es un fenómeno de persona. Pasé muchísimas horas remando al lado de alguien que sueña con ser astronauta. Fue alucinante”, revive admirado.
La variedad de vivencias y destrezas de los miembros del grupo resultó en una mezcla formidable que les permitió enfrentar con éxito los retos del mar. “Era una buena amalgama, tanto por la experiencia en remo como por la capacidad de manejar situaciones extremas”, reseña el profesor que espera con ansias el momento de regresar a Buenos Aires “a la vida real”.
Lo cotidiano en alta mar
El día a día a bordo se regía por una planificación meticulosa y un enfoque práctico. Las provisiones consistían en paquetes de comida liofilizada y refrigerios equilibrados, diseñados para conservar la energía a lo largo de las extensas jornadas de remo.
“Había de todo: desde macarrón hasta salmón con brócoli”, destaca con humor y enumera las diferentes opciones de menú. En cuanto a la higiene personal, explica: “Usábamos toallitas biodegradables, como las de bebé, y con esas nos bañábamos luego de sacarnos las ropas mojadas”.
En cuanto a la higiene personal, comenta que utilizaban un cubo modificado para tal fin. “Era un balde con una especie de tabla, como si fuera un inodoro cuadrado... Ibas ahí, hacías lo tuyo y al agua pato, eso también es biodegradable. ¡Al final, todo se vuelve natural!”, bromea.
El vínculo con el entorno natural fue otro aspecto impresionante de la travesía. “Vi delfines de noche bajo la luz de la luna llena, peces voladores que salían del agua y recorrían 50 metros antes de sumergirse de nuevo”, relata con entusiasmo. En algunas ocasiones, se sumergían para limpiar el casco del bote, una vivencia que Martín describió como “muy loco y hermoso, nadar en aguas de más de 5000 metros de profundidad en el medio de la nada. El agua del Atlántico es calentita”, asegura el hombre nacido en Don Torcuato, partido de Tigre.
Para él, el recorrido no fue solo un éxito físico. Fue una experiencia de crecimiento personal y reflexión. “Cada día lo viví con gratitud y con el privilegio de saber que estaba haciendo algo que siempre soñé”, expresó. No obstante, recordó a quienes lo respaldaron a lo largo del camino: “Agradezco a mi esposa, mi familia y mis amigos. Sin ellos, nada de esto hubiera sido posible”, comentó, destacando especialmente a su esposa, Belén, quien lo aguardó en la costa: “Ella se lleva todos los méritos”.
Desde Estados Unidos, donde pasa tiempo con su hermana y sobrinos, Martín ya contempla nuevos desafíos. "¿Otro cruce? Sí, no tengas duda", afirma, revelando que la travesía por el Atlántico fue solo el inicio.
Martín dejó una huella significativa en la historia de las expediciones marítimas, destacándose por la envergadura del reto y por ser una fuente de inspiración para otros. De acuerdo con el blog de Rannoch Adventure, que documentó cada etapa del viaje, cada miembro de la tripulación compartió su propia historia, y Martín no fue la excepción.
“Su decisión de embarcarse en esta misión refleja su pasión por los retos extremos y su compromiso con valores como la perseverancia y el trabajo en equipo”, dice el texto del blog de viaje, en el cual lo destacan por ser el primer argentino en realizar esta travesía.
Belén, su esposa, fue al puerto de la Isla para recibirlo.
Destacan su coraje y lo ven como el pionero que abre el camino para futuros aventureros argentinos interesados en desafíos de semejante envergadura.
Cuando finalmente arribó al Caribe, tras semanas de cansancio, hambre y un desgaste tanto físico como emocional, Martín vio un resplandor en su mirada: allí, un tanto nerviosa y otra parte ansiosa, lo aguardaba su esposa Belén. Con la bandera de Argentina y la camiseta de la selección levantadas, sus ojos llenos de lágrimas seguían los pasos del hombre a quien le había prometido amor eterno un año antes.
En esta aventura única, Martín transportó la bandera argentina a nuevos horizontes, mostrando que los océanos no son obstáculos, sino rutas hacia el crecimiento y el autoconocimiento. “Estoy agradecido. Lo mío es puro agradecimiento. Ahora me queda disfrutar acá con la familia, voy a jugar con mis sobrinos por parte de mi hermana, ellos viven acá. En algunas semanas retomaré la real life... Simplemente, agradezco todo lo vivido”, finaliza.
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