De las 74386 infectados del coronavirus en Italia, 5700 son enfermeros, médicos y personal sanitario. Algunas enfermeras no soportaron el estrés. Historias del horror que vive Italia por el coronavirus.
En Monza miles de trabajadores de la Unión Sindical de Base hicieron una huelga ayer para obligar a cerrar más fábricas cuyo funcionamiento hace peligrar la salud pública.
Daniela Trezzi de 34 años, era enfermera en la terapia intensiva del hospital de Monza, templo del dolor y la angustia de los enfermos más graves por la infección del coronavirus, no aguantó más el estrés y se suicidó. Había quedado contagiada por el virus, temía haber contagiado a otros. Agotada por el trabajo, el espectáculo funesto de muerte y sufrimiento a su alrededor la llevaron al suicidio.
“Demasiado alto el precio que estamos pagando. Ya hubo otros suicidios”. Daniela vivía sola y queda una foto con la mascarilla, dos ojos bellos y vivaces. Daniela, elevada a símbolo del sacrificio y la solidaridad porque vivía obsesivamente para salvar a los pacientes, eleva al martirio la muerte o el contagio de casi 5.700 médicos y personal sanitario en los hospitales donde se combate en primera línea el coronavirus.
Son 33 hasta este miércoles 29 los médicos que han perdido la vida. Los dos últimos son Rosario Lupo, de Bérgamo y Giuseppe Fasoli, médico jubilado que se había presentado voluntario en Brescia, donde la necesidad de profesionales es desesperante.
Es sabido y aceptado que la epidemia iniciada el 21 de febrero partió del hospital Codogno de Lodi, la provincia sureña de la Lombardía. El virus se había infiltrado hacía dos semanas en la zona y los que fueron por problemas pulmonares al nosocomio infectaron a todos: médicos, enfermeros y a los otros pacientes.
Pier Luigi Lopalco, de la Universidad de Pisa, atribuye el desastre al hecho de que la normal organización de un hospital no está preparada para afrontar un virus “que se trasmite por vía aérea y con una alta tasa de contagio, que lo convierte en centro de difusión”.
Mientras toda Italia se encierra en su casa, los hospitales, señala Lopalco, “son los únicos lugares donde miles de personas se encuentran en estrecho contacto”.
La solución sería reducir las relaciones interpersonales, impidiendo el traslado del personal de un sector a otro.
Enfermera se arroja al mar
El estrés nervioso, el agotamiento y el dolor por la tragedia de los enfermos que veía todo el día todos los días, se combinaron también para que la enfermera Silvia Luchetta, 49 años, del hospital de Jesolo, en el Veneto, pusiera punto final y se arrojara al mar.
Silvia era una de las más activas en la relación con los pacientes. Las enfermeras se comunican en terapia intensiva con los pacientes entubados mostrándoles carteles. “Estas bien?” “Llamó tu hijo” “Estás mejor, te mandamos a otro sector”. En la sala ahora huérfana de la enfermera Luchetta han quedado los carteles con los que trataba de levantar el ánimo de sus amigos, los enfermos. No se atreven a contarles lo que pasó a pacientes que están al borde de la muerte, prefieren decirles que Silvia fue transferida.
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