El 25 de noviembre Italia se llenó de nostalgia al conocerse la muerte de Diego Maradona. Es que esa era su segunda patria y donde hizo emocionar a millones de personas durante su carrera.
La historia de amor entre Maradona y Napoli inició en 1984 cuando llegó al estadio San Paolo y más de 85 mil personas fueron al estadio para su presentación.
Con el astro entre sus filas, el equipo de una de las ciudades más pobres de Italia conquistó dos Scudettoss, una Copa Italia, una Supercopa de Italia y una Copa UEFA en 259 partidos oficiales donde convirtió 115 goles.
El relato de un italiano
No tengo tantos recuerdos de mi infancia y, entre los pocos que tengo, está Maradona. Es imposible olvidar cuando, de chiquito, mi papá, siciliano e hincha de Napoli, me enseñó los goles de Maradona contra Inglaterra. Quedé sin palabras por la simplicidad con la cual los hizo. Fue así que conocí a Maradona, y Argentina.
Mi papá me explicó que eso no era solo futbol. Era política, redención social, algo divino. Era la mano de Dios. Me dijo que estos gestos fueron, para toda una nación, una pequeña venganza por la guerra de las Malvinas. No hubiese sido igual hacer los mismos goles a otro país. Tenía que ser en el mundial y contra Inglaterra para que el mundo se preguntara de que planeta vino.
Jugando ese mundial, Diego hizo que el mundo se enamorara de Argentina. Pero la mayoría de su carrera futbolística se desarrolló en Italia. Por esto, excluyendo a Argentina, somos el país que mejor puede entender exactamente lo que fue Diego.
Ningún futbolista generó un tal impacto en nuestro Calcio. Maradona había elegido jugar para un equipo que nunca había estado realmente en la lucha por el título. El día de su presentación había 70.000 personas en el estadio. Vinieron solo para saludarlo y verlo acariciar la pelota. Pero pocos pensaban que podía cambiar la suerte del Napoli. Parecía imposible que una persona sola pudiese ganar a la Juventus de Michel Platini o el Milan de los holandeses. Maradona lo hizo dos veces: en 1987 y 1990.
Ganó en la cancha, pero también tuvo un impacto cultural y social inmenso en Italia. Rescató la imagen de una ciudad y de todo el sur de Italia. Fue un emblema del sur contra el poder futbolístico y económico del norte de Italia. Se saltaba cantando “ho visto Maradona” y, en toda Nápoles, aparecían altares dedicados a Diego. Lo que trajo Maradona fue algo totalmente inesperado. Fue otra historia de redención social. Los napolitanos, viendo su equipo ganar por primera vez la liga, sintieron la necesidad de informar a sus antepasados. Aparecieron así pintadas en los cementerios frases como “no saben lo que se perdieron” o “querido abuelo, no lo vas a creer, pero somos campeones”.
Todos los napolitanos tienen un recuerdo de estos años de felicidad. Tener una foto con Maradona era el sueño de cualquiera. Los que pudieron sacarse una foto la guardan como si fuera una foto de familia o, más bien, una reliquia. Los que se quedaron sin tienen alguna anécdota sobre su ídolo. Paseando hoy por Nápoles, a pesar de que hayan pasado más de treinta años, las fotos y las historias salen en cualquier momento: en las pizzerías, en los bares o en las calles. Cualquier napolitano quiere contarte su historia sobre Diego.
Hubo una simbiosis total entre Maradona y la ciudad. Los dos, marginados, querían subvertir el sistema de poder y luchar contra la injusticia. Cada vez que Napoli jugaba de visitante recibía coros como “Vesubio lávalos con el fuego” o “Nápoles cólera”. El rechazo que recibía el equipo, y todos los napolitanos, motivaba a Maradona. Aún más sabiendo que luchaba contra los poderosos equipos del norte. Empezó a sentirse un napolitano y el santo de la ciudad. Después de haber ganado dos ligas con el Napoli, pensaba que ya lo era.
Pero el destino quiso que la semifinal del Mundial 1990, entre Italia y Argentina, se jugara en Nápoles. ¿Para quién hubiesen alentado los napolitanos: Italia o Maradona? Según Diego para él. El dio dignidad a Nápoles mientras Italia siempre la había despreciado. Lo pensaba y lo decía en las entrevistas previas a la semifinal. Quería que Nápoles alentara a la Selección Argentina. El partido llegó a los penales y cuando le tocó a Maradona, parte del estadio lo estaba silbando. Marcó y ganó Argentina. Fue un drama para nosotros, pero también para Diego. Algo se había roto.
Unos días después, el himno argentino fue silbado en la final de Roma y los labios de Maradona dejaron un mensaje claro. Fue la ruptura definitiva entre el país y el pibe de oro. Unos meses después fue encontrado positivo en un control antidoping. Terminaba así la historia de Maradona en Italia. El equipo, huérfano de su estrella, empezó un periodo de declive hasta llegar a jugar en tercera división. En el mismo periodo Maradona intentaba desintoxicarse en Cuba.
Más adelante, cada vez que volvía a Italia, había grandes fiestas en Nápoles, pero también problemas y polémicas. La agencia de recaudación de impuestos le exigía una deuda de casi 40 millones de euros y, cuando podía, le secuestraba relojes, pendientes y bienes. Maradona seguía siendo una figura divisiva en Italia. Admirado por lo que hizo en la cancha, menos por lo que hizo afuera. En su última entrevista a televisión italiana, Diego intentó solucionar el problema: “Nunca quise ser el ejemplo de nadie”.
Pero, en lo bueno o en lo malo, su figura seguía siendo una referencia para todos nosotros. Cuando hace unos años mi padre me acompañó a visitar un barrio popular del Gran Mendoza se quedó sin palabras por las condiciones de vida que veía. Y para él, hincha de siempre del Napoli, fue casi natural pensar en Maradona y decirme: “Ahora entiendo donde se crío Maradona y, para mí, lo que hizo tiene aún más valor”. Otra vez, un recuerdo de vida relacionado con Maradona.
Por todo lo que hizo, la ciudad de Nápoles lo homenajea y el estadio llevará su nombre. Es el justo reconocimiento al ídolo que ha puesto la ciudad en el mapa futbolístico mundial y que, sobre todo, ha cambiado para siempre la historia de la ciudad. Pero, al fin y al cabo, todos los italianos sintieron un gran vacío por la muerte de Diego. Se había muerto una parte de Italia.
Paolo Rizzo - El Economista
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