Las malas noticias cayeron en dominó para Karina, una abogada que hoy tiene 41 años.
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SUSCRIBITELas malas noticias cayeron en dominó para Karina, una abogada que hoy tiene 41 años.
El primer cimbronazo fue la muerte de su padre, en 2011, tras una operación que resultó en mala praxis. Hizo muchas denuncias pero todas quedaron encajonadas junto con una larga lista de reclamos que, después supo, ya había contra el mismo médico.
Como su mamá era grande y le costaba caminar, decidió llevarla a vivir con ella. El tiempo fue aliviando el dolor y cuando todo parecía volver a un equilibrio, un diagnóstico terminal se llevó a su mamá en pocas semanas. Karina estaba devastada. Al cuadro se sumó, en el mismo momento, el cierre de su noviazgo.
"En pocos meses mi vida se convirtió en un terremoto emocional. Mientras trataba de elaborar el duelo por la muerte de mi madre, también procesaba el cierre de mi noviazgo. Como si fuera poco, estando de vacaciones me encontré un pequeño bulto en la mama izquierda que terminó siendo maligno", recuerda. A pesar haber hecho todo lo posible para recuperarse, de operarse enseguida y hacer el tratamiento con quimioterapia indicado, el malestar la inundó. Su fuerza y valentía no pudieron combatir la embestida de la depresión.
Sostén en cuatro patas
Si bien Karina recibía el apoyo de sus seres queridos, la soledad de la noche era uno de los momentos más difíciles. Así fue que, aconsejada por una amiga amante de los gatos, decidió acercarse al refugio Gatitos de la Sarmiento, una ONG que rescata mascotas abandonadas y maltratadas. "Minerva, una gatita negra, joven, con un carácter muy especial, me estaba esperando", cuenta. La presentación no fue fácil. No hubo forma de que la felina entrara al bolso transportador que la abogada había comprado con cariño. La gata estaba nerviosa: la mordió y rasguño, y terminó haciéndose pis cuando lograron meterla en la jaula transportadora prestada por el refugio.
Cuando llegaron a la casa, Karina respiró hondo, abrió la jaula y decidió dejar que Minerva recorriera los ambientes y encontrara su lugar sin presiones: "Pensé que lo mejor era vigilarla sin invadirla, así que fui a mi cuarto a acostarme un rato -había tenido una sesión de quimioterapia bastante molesta unos días antes-. La gata caminó sigilosamente, subió a mi cama, dio unas vueltas y se posó en mi pecho, con sus patitas en lo que quedaba de mi mama izquierda. Enseguida empezó a ronronear y al rato se durmió plácidamente". A Karina le sorprendió el gesto, pero no se detuvo a pensar demasiado. Al fin y al cabo, lo más importante era que Minerva se había mostrado amigable por primera vez.
La casa se transformó con la nueva integrante. Su compañía había aliviado la soledad y ayudado a Karina a cobrar fuerzas para seguir adelante. Hasta que llegó el momento de los controles y volvieron las malas noticias: descubrieron un nódulo maligno en su mama derecha. "Otra vez cirugía, otra vez quimioterapia, otra vez tolerar los dolores, las náuseas, la pérdida de peso, la ansiedad de obtener el alta para seguir viviendo. Por suerte, tenía a Minerva, que seguía recostándose en mi pecho todas las noches, pero ahora con sus patitas del lado derecho, como si fuera un ritual sanador".
Karina no recuerda por cuánto tiempo, pero el rito se extendió por semanas. Hasta una noche, la gata subió a la cama, dio un par de vueltas, ronroneó y se acostó, pero esta vez sobre la panza de su dueña: "Creer o reventar. Esa misma semana había recibido el resultado de unos estudios para saber si después de terminar con la quimio podría quedar embarazada y saltó que tenía dos fibromas en el útero".
Más allá de los relatos establecidos acerca de la falta de empatía de los felinos, ¿quién podría negar la conexión entre Karina y Minerva? Hoy la abogada sigue dando batalla. Y en ese camino, el amor de la gata se ha convertido en un pilar que la motoriza: "A esta altura del partido, el único camino es pelearla sin miedo. Minerva me ayuda a sanar y con su presencia mágica me empuja a salir adelante".
Fuente: La Nación
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