Todas en algún momento fuimos víctimas o victimarias de este impulso, a veces irrefrenable y en algunos casos compulsivos: el chisme. Sin embargo, es importante desactivar esta cadena de rumores que solo pone el foco en la vida de los demás, y nos aleja de nuestras propias indagaciones personales. En esta nota, la Doctora en Psicología Guillermina Rizzo, analiza el fenómeno y explica por qué algunas personas se regodean con propagar las desgracias ajenas.
José empaca las últimas pertenencias, el camión de mudanzas lleva consigo parte de una historia, de sueños y proyectos que se truncan. Como un foco maligno que se propaga, el comentario acerca de la vida de José hace metástasis en la comunidad. ¿Ser víctima de un rumor equivale casi a estar condenado? ¿Cuáles son los requisitos para que un chisme se constituya? ¿Hay cierto goce en mirar la vida ajena?
El chisme es tan antiguo como el mundo, Epícteto, filósofo griego, daba consejos al respecto; presente en todas las lenguas, asociado a calumnias está compuesto por falacias, ideas hostiles y denigrantes, que en ocasiones pasan a formar parte del “currículum vitae” de una persona de manera injusta; Napoleón Bonaparte decía que “el mal de la calumnia es semejante a la mancha de aceite: deja siempre huellas”.
Considerado un hecho del lenguaje, el chisme requiere de tres condiciones para que emerja: cierto grado de excitación por contar algo, dos o más personas que quedan enlazadas en torno al dicho y, una víctima.Como un juego perverso, los participantes, sin necesidad de conocerse entre sí, se encargan de “diseminar” el comentario, ¿quién en ocasiones no ha sido destinatario de un rumor en la fila de un cajero automático?
Es un acto de coparticipación, pues basta con un ser que deslice un chisme y otros dispuestos a escuchar esa “información especial”, operando como un equipo periodístico hacen circular el comentario, con la debida precaución que el perjudicado esté ausente pues es requisito que nunca se entere o en su defecto sea el último en hacerlo.
En la actualidad, “murmuraciones” enunciadas al oído, transmitidas de “boca en boca”, se ven potenciadas a través de las redes sociales, pues una de las virtudes de este avance tecnológico es la posibilidad de “viralizar” la información, ya que cuando un contenido trasciende y se populariza el éxito está asegurado.
Inventar, revelar y compartir intimidades ajenas resulta atractivo para aquellos que se centran en mirar la vida del otro por sobre la propia, destruir semejantes a través de habladurías requiere por parte de quienes son partícipes dosis de maldad, envidia y la soberbia necesaria para situarse en un pseudo lugar “de saber” por el simple hecho de manejar una información –en la mayoría de los casos falsa- que el resto ignora o desconoce.
Alcanzará que se celebre una especie de acuerdo tácito sellado con la frase “te lo cuento, pero no lo digas, es secreto”, para garantizar la duración del rumor, el receptor solo puede mantenerlo vivo mientras lo propaga. Las mujeres, y tal vez como consecuencia de un chisme, frecuentemente son rotuladas de chismosas por sobre el varón, no hay estadísticas serias al respecto que lo corroboren, pero lo cierto es que los rumores existen dentro de la vida social y le dan consistencia.
Circulando por pasillos de instituciones, en medios de comunicación poco serios y presentes hasta en un ascensor, los chismes colados en el lenguaje, destruyen la imagen ajena y como gota que corroe aniquila la reputación. La huida es un sentimiento que acompaña a la víctima, se requiere de estoicismo para sobrellevar los golpes de la calumnia e ignorarla, es aconsejable el silencio pues responder a habladurías las fortalece aún más. Se necesita valentíapara superar los rumores sin caer en el intento de permanecer atrincherado con el propio dolor. Me quedo con las palabras de Frida Kahlo quien con su paleta de colores y su estilo de vida inspiró habladurías: “Amurallar el propio sufrimiento es arriesgarte a que te devore desde el interior”.
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