Victoria en tiempo de descuento sobre Tigre. Empate agónico en Tucumán cuando el partido se acababa. Triunfo 2-1 sobre Talleres cuando quedaba poco y nada. Boca va derecho al título en la Superliga colgado de los segundos finales de las últimas tres fechas. Sacó nueve puntos de ventaja cuando restan 18 por disputarse. A pesar de quedar mal herido por la derrota ante River, el corazón de Boca todavía bombea. La transfusión de sangre viene de la multitud que acompaña y empuja.
Boca va a ser campeón de la Superliga, un bicampeonato local que no festeja ningún club desde 2005, el Boca que dirigía Coco Basile. Una Bombonera ansiosa explotó con el gol de Pablo Pérez, un volante incendiario, para lo bueno y para lo malo. Para definir el partido del campeonato y para pelearse con los rivales, el árbitro y también con sus propios hinchas. A ellos les gritó el gol con rabia, llevado por esos demonios internos que no lo dejan ni a sol ni a sombra. Pablo Pérez es así, inmodificable, tómelo o déjelo.
Volvió a saltar eufórico del banco Guillermo Barros Schelotto, como contra Tigre. El técnico, tan cuestionado desde la derrota por la Supercopa Argentina, se anotaba el mérito del ingreso de Ábila, gestor con un giro de la jugada del gol de la victoria.
Ganaba Boca en un momento con el mejor homenaje futbolístico que recibió René Houseman. Pavón recreó la gambeta endiablada del Loco, el quiebre de cintura, puro potrero. En el camino había dejado a cinco rivales, el único límite que encontró fue la línea de fondo, desde la que sacó el centro atrás para que la empujara Bou. Pavón, un wing nacido en las inferiores de Talleres, pulverizada sobre la izquierda, con el perfil cambiado, el mejor funcionamiento colectivo que mostraba el club que lo vio nacer.
Muy raro y discontinuo fue el primer tiempo de Boca. En vez de salir a buscar el que era el partido del campeonato, se paró a esperarlo, a contemplarlo con pasividad. Talleres dio un paso al frente, altivo, tuvo presencia, se adueño de campo y pelota. Muy buenos 15 minutos, pero con una carencia evidente: falta de profundidad. El trabajo cohesionado, con las líneas bien juntas para ahogar a Boca, se diluía en los últimos 25 metros.
De Boca no hubo noticias por largo rato. Su mal de ausencias de arrastre (Gago y Benedetto), agravado por las bajas recientes de Tevez y Cardona, no tenía una contraprestación grupal. "Bebelo" Reynoso, la joya que Boca le fue a comprar a los cordobeses, quedaba a la sombra de un Guiñazú que juega con un entusiasmo que disimula sus 39 años.
Boca se sostenía en la seguridad de sus centrales y en los arrestos de Pablo Pérez para anticipar y espabilar a los suyos. El arquero Herrera solo tocaba alguna pelota porque se la acercaba un compañero. Recién a los 17 minutos tuvo que intervenir para cortar un tiro libre en centro de Pavón. Los aislados del puntero dependían de algún contraataque o de una pérdida en la salida de Talleres.
Bebelo Reynoso y un partido especial: enfrentó por primera vez a sus ex compañeros Bebelo Reynoso y un partido especial: enfrentó por primera vez a sus ex compañeros Fuente: LA NACION - Crédito: Daniel Jayo
Pasados los 20 minutos, el respiro que se tomó el conjunto cordobés le sirvió a Pavón para empezar a levantar vuelo. Avisó con un enganche y un remate cruzado que rozó el travesaño. Cuatro minutos después, la inspiración y el atrevimiento lo llevaron a dibujar una de esas jugadas individualidades que embellecen al fútbol. No hizo falta que el gol fuera de Pavón, para que se lo recuerde por largo tiempo como el autor intelectual de la conquista.
Boca es raro. Cuando había pasado a controlar el encuentro con cierta autoridad, se desarmó en un tiro libre en contra. Centro de Olaza, un primer cabezazo visitante y el segundo de Quintana ante la endeble oposición de Rossi.
En la segunda etapa sonó el despertador para Reynoso. Con más movilidad para despegarse de Guiñazú, asumió el toque y la distribución que normalmente recaen en Cardona. Boca empujó más porque así se lo impuso su hinchada, ávida de una de esas victorias que se celebran como un título. Pavón siguió amenazante por la izquierda y la zurda de Reynoso se animaba cada vez más. Talleres ya no estaba tan cómodo, pero tampoco entraba en pánico. La Bombonera era un buen escenario para mostrar las credenciales de su invicto en los últimos ocho partidos de visitante (cuatro triunfos y cuatro empates). Y que hasta ayer era el más productivo de 2018: 20 puntos contra los 18 de Boca. Se replegó como no lo había hecho en la primera etapa y apostó por el contraataque. Ya el cuero no le daba para tanto.
Boca se movía como un puntero ambicioso ante un perseguidor aplacado. El empate no le venía mal, conservaba los seis puntos de diferencia, pero quiso más. Con el último aliento gritó un gol que por subtítulo debe leerse "de campeonato".
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