Una jujeña, su perro y una moto 110: la crónica de un viaje de 2.500 km. que transformó su vida
De Jujuy a la Patagonia con su mejor amigo atravesando frío, nieve, caídas, soledad, lágrimas y un renacer. “No me escapé del ruido. Vine a escucharme mejor”, contó la protagonista.
Aquella decisión —renunciar a su casa, su familia, sus amigos, su empleo y su vida conocida— fue el punto de partida de un proceso interno profundo. La Patagonia la transformó. “En el fin del mundo descubrí una versión de mí que no sabía que existía: más libre, más valiente, más consciente”, recordó. Entre montañas, nieve y silencio, sintió por primera vez que no estaba escapando del ruido: “Estaba aprendiendo a escucharme mejor.”
Después de diez meses en Ushuaia, volvió unos días a Jujuy solo para regresar con una certeza: la ruta la esperaba. Vendió absolutamente todo, desde muebles hasta ropa, incluso pensó en vender su moto, pero una intuición la detuvo: “Una voz me repetía: si vas a crear un viaje, hacelo con lo que es tuyo. Viajá en tu moto”. Y así empezó todo.
El increíble viaje de Micaela Velázquez.
El increíble viaje de Micaela Velázquez.
De Jujuy a la Patagonia: una 110, Pancho y la ruta
Las jornadas eran largas: hasta 15 horas manejando. El cansancio pasó factura. Una mañana, en Catamarca, vivió uno de los momentos más duros: “Me dormí un microsegundo. Cuando abrí los ojos ya estaba cruzando el carril hacia un cerro.” Logró reaccionar a tiempo. Lloró de susto, de agotamiento y de emoción. “La ruta no perdona el cansancio. No es debilidad, es supervivencia.”
Luego vino el desperfecto en Chilecito: la moto dejó de funcionar y la remolcaron casi 200 kilómetros. “Ahí entendí que los viajes también empiezan con miedos, frustración e incertidumbre. Pancho viajaba envuelto, pegado a mí, confiando como solo confía un animal que te ama”, señaló.
El increíble viaje de Micaela Velázquez.
El increíble viaje de Micaela Velázquez.
El tramo más difícil: hielo, caída y siete horas de ripio
De Malargüe a Chos Malal atravesó el tramo más extremo. Con tres capas térmicas, zapatillas y un frío que calaba los huesos, la moto patinó en una ruta congelada. Cayó de costado, protegiendo a Pancho: “La ruta estaba congelada. No sé si frené, si dudé, si me asusté, pero la moto patinó y me caí. Instintivamente me hice bolita para proteger a Pancho, caí sobre mis costillas y él no tocó el suelo. Los autos de atrás venían despacio —por el hielo— y pudieron ayudarme".
Después llegó el infierno del ripio: siete horas de vibración, tensión, dolor y miedo. “Quería detenerme, pero si me quedaba ahí no iba a moverme nunca más. Entonces escuché esa voz interior: ‘Seguí, Mica. Vos podés’.”
Llegó a Chos Malal destruida. Durmió dos noches en una motoposada. El descanso fue necesario para el cuerpo… y para el alma.
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Pancho, su fiel mascota la acompañó en esa travesía.
La última prueba: lágrimas y una llegada bendecida
En el tramo final hacia Ushuaia sufrió deshidratación. “Me temblaban las piernas, Pancho estaba agotado, no teníamos agua. Me bajé al costado de la ruta y lloré. Me dije: falta poco.”
Y faltaba poco. Comenzó a llover, igual que el día que salió de Jujuy. “Para mí fue una señal: un viaje bendecido y una llegada bendecida.”
Llegó el 30 de octubre, un día antes de su cumpleaños: empapada, con frío, polvo y lágrimas, pero llena de orgullo. “Llegamos renacidos. La ruta te cambia.”
También dejó una reflexión profunda: “La vida es hoy. No existe el momento perfecto. El coraje ya lo tenés.” Y un mensaje para cualquiera que esté dudando: “Si yo, con una 110 y sin experiencia, viajé desde Jujuy hasta la Patagonia… vos también podés. La ruta no pide perfección. Pide coraje.”