El estadio se rindió a los pies de Diego, quien venía de cumplir 15 meses de inactividad oficial a raíz de la suspensión que le había impuesto la FIFA por el doping positivo en el Mundial de Estados Unidos de 1994, debido a una ingesta de efedrina.
La suspensión le impidió a Maradona jugar pero no dirigir, de modo que primero se puso el buzo de DT de Mandiyú de Corrientes y luego de Racing Club de Avellaneda.
Pero lo que Diego quería era volver a ponerse los cortos y la camiseta azul y oro que lo había cautivado 14 años antes, cuando en 1981 brilló en la obtención del torneo Metropolitano.
Luego, en 1982, Maradona se marchó a Europa pero el idilio no se cortó, ya que la feligresía Xeneize le brindaba amor a la distancia y festejaba como propios sus éxitos, sobre todo en la etapa en el Nápoli de Italia y fundamentalmente cuando deslumbró al mundo en el Mundial México 86 con la camiseta de la selección Argentina.
Las súplicas para que regrese se hacían canción cada vez que Diego visitaba La Bombonera, con el himno: "Vamos Boca, ponga huevos, griten todos, para que vuelva el Diego".
El sueño de volver a verlo con la 10 en la espalda se hizo esperar y recién se concretó en aquél octubre, cuando unas 50 mil almas Xeneizes le dieron la bienvenida en La Bombonera.
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