De acuerdo con información proporcionada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el alcoholismo “es un factor causal en más de 200 enfermedades y trastornos”. Dentro de estos, el consumo excesivo de alcohol tiene la capacidad de influir en la salud mental al agravar padecimientos ya presentes, como la melancolía, o inducir a la aparición de nuevas complicaciones como la deterioración severa de la memoria, la inquietud y, nuevamente, la melancolía.
En ese contexto, en tiempos recientes, la revista Nature Medicine ha divulgado un enfoque innovador para abordar los casos más críticos de dependencia a dicha sustancia: la terapia genética.
Los investigadores responsables de la indagación, encabezados por Kathleen Grant, quien ejerce el cargo de directora de la sección de neurociencia del Centro Nacional de Investigación de Primates de Oregón, sostuvieron que restablecer el balance en la generación de dopamina podría conducir a la disminución en el consumo de alcohol, y sometieron su suposición a prueba en primates.
La terapia génica
Los enfoques terapéuticos fundamentados en esta metodología se valen de virus inofensivos como transportadores, con el propósito de introducir en las células del individuo las directrices necesarias para generar proteínas que subsanen una particular afección.
En el presente, su aplicación se extiende a la atención de la enfermedad de Parkinson, ciertas variedades de cáncer, hemofilia y enfermedades poco comunes. En esta ocasión, un conjunto de investigadores provenientes de la Universidad de Ciencia y Salud de Oregón en Estados Unidos han sometido a prueba la terapia genética, ya empleada en el combate contra dicha afección neurológica, con el fin de explorar su viabilidad en el tratamiento del alcoholismo.
En lo que respecta a la enfermedad de Parkinson, las células nerviosas que generan dopamina comienzan a perecer. La dopamina, un neurotransmisor con múltiples incumbencias vinculadas a la motivación y el disfrute, resulta esencial. La carencia de esta sustancia conlleva a la pérdida del dominio motor y desencadena los signos más reconocidos de la afección: temblores, ralentización de los movimientos, deterioro de la postura y el equilibrio, alteraciones en la comunicación verbal y la escritura.
Una de las alternativas médicas destinadas a esta condición involucra la incorporación del factor de crecimiento GDNF en el cerebro mediante una intervención quirúrgica, así como también mediante la aplicación de técnicas de terapia genética, con el propósito de estimular la multiplicación acelerada de las células nerviosas que generan dopamina.
En relación al abuso del alcohol, se tiene constancia de que la sustancia impulsa la elevación de los niveles de dopamina, generando una sensación de bienestar en quien consume y fortaleciendo dicho comportamiento. No obstante, la ingesta crónica de alcohol provoca que el cerebro se adapte y cese en la generación de dopamina, eliminando asimismo la experiencia placentera del consumo. Los expertos afirmaron que restablecer el equilibrio en la producción de dopamina podría ser beneficioso para atenuar el consumo de alcohol.
“Estos hallazgos preclínicos sugieren que la terapia génica dirigida a la prevención de recaídas puede ser una posible estrategia terapéutica para el trastorno por consumo de alcohol”, marcaron los científicos.
Cómo se hizo el estudio
El estudio fue efectuado con ocho primates no humanos a los que se les suministró una considerable proporción de etanol mezclado con agua para inducirles alcoholismo. Posteriormente, cuatro de ellos fueron sometidos al procedimiento de terapia genética, mientras que a los restantes cuatro se les administró únicamente un producto de control.
En los cuatro ejemplares que fueron tratados con el factor de crecimiento GDNF, el equilibrio de la dopamina en su sistema cerebral se restauró, y experimentaron una disminución del consumo de alcohol de un 90% en comparación con el conjunto de referencia. “Su consumo se redujo hasta casi desaparecer. Durante meses, eligieron solo el agua y evitaron el alcohol. Fue increíblemente efectivo”, expresó Grant.
“La expresión de GDNF eliminó el retorno al comportamiento de consumo de alcohol durante un período de 12 meses de desafíos repetidos de abstinencia y reintroducción de alcohol”, detallaron en el estudio publicado.
No obstante, los científicos señalaron que el trayecto hacia la aplicación de la terapia genética en la cura del alcoholismo será un recorrido prolongado. Por una parte, este enfoque terapéutico a menudo conlleva gastos considerables y sería adoptado únicamente en casos donde otras tácticas no resultasen eficaces. Además, esta modalidad requiere de procedimientos quirúrgicos, lo cual tampoco favorece su implementación a gran escala.
Adicionalmente, los creadores del estudio resaltan la existencia de potenciales restricciones, tales como el riesgo de generar complicaciones debido a un exceso de dopamina en el sistema cerebral de los individuos. “Aunque sea beneficioso en el contexto del consumo excesivo de alcohol, el incremento de dopamina puede ser perjudicial para otros comportamientos como los trastornos por uso de estimulantes”. Investigaciones previas han evidenciado que una amplificación excesiva del factor de crecimiento GDNF en la misma área cerebral abordada en este ensayo incrementó las posibilidades de reincidencia en modelos de dependencia a la cocaína.
Los encargados de la investigación propusieron que este enfoque también podría ser efectivo en el enfrentamiento del uso excesivo de otras sustancias. En otro estudio llevado a cabo con animales, un conjunto de expertos de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota (EE. UU.), exploró la terapia genética en las situaciones de dependencia a la cocaína. En esta ocasión, los científicos alteraron la producción de la proteína BChE, la cual descompone la cocaína para su absorción.
Varios análisis han revelado que la administración de la proteína CocH acelera la descomposición de la cocaína considerablemente, incluso antes de que el usuario experimente el placer asociado con la droga. Esta circunstancia simplifica la tarea de reducir el consumo o evitarlo por completo, aunque conlleva la necesidad de inyecciones periódicas.
Los científicos de la Clínica Mayo constataron que era viable insertar el gen que produce la proteína CocH en el hígado mediante virus adenoasociados, similares a los empleados en el abordaje del alcoholismo.
En el experimento realizado en ratones, se observó que los roedores que consumían cocaína exhibían un aumento en su actividad y presentaban lesiones en el hígado. En contraste, aquellos que habían sido sometidos a la terapia génica mantenían un comportamiento normal y no manifestaban daños en el hígado, ya que sus proteínas CocH metabolizaban la droga antes de que surtiera efecto. Esto plantea la posibilidad de que esta estrategia resulte beneficiosa para disminuir el impacto de esta sustancia en los individuos con adicción, ofreciendo una defensa contra recaídas graves en caso de que vuelvan a consumirla.
“Estos resultados indican que una transferencia del gen AAV8-hCocH dirigida al hígado en dosis razonables es segura, bien tolerada y eficaz. Por lo tanto, la terapia de transferencia de genes surge como un enfoque radicalmente nuevo para tratar el abuso compulsivo de cocaína”, indicaron en el estudio.
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